La separación de los progenitores es un verdadero remezón para los hijos, especialmente cuando estos son menores de edad. Es una etapa que puede marcarlos de por vida si no se hace correctamente, pues a su corta edad no asimilan el porqué de tal decisión.
Toda su rutina y hábitos se ven modificados, esto conlleva que la interacción en las comidas familiares se acote a uno de los padres, y no a los dos. En este caso, la custodia compartida es la solución más equilibrada ante la rotura del matrimonio.
Sin embargo, la forma de cómo el niño asimile la separación y cambios próximos en su vida, dependerá mucho de la relación que mantengan los padres entre sí. Por el bienestar del menor están obligados a entenderse, y la custodia compartida obliga al diálogo y a la comunicación.
Conforme a la ley chilena, en este tipo de custodia se manifiesta un régimen de vida que busca incentivar la corresponsabilidad de ambos padres, tanto en la crianza y educación como en el tiempo dedicado a los hijos. Todo lo anterior es factible mediante un sistema de residencia que asegure su estabilidad y continuidad.
¿Cuáles son sus beneficios?
– La separación del matrimonio es menos dolora y traumática para el menor, pues ninguno de sus padres desaparece de su día a día. El núcleo familiar cambia, pero no se ha roto el vínculo.
– Al compartir con ambos padres por igual, el niño no desarrolla la sensación de “abandono” que ocurre cuando pasa mucho tiempo sin ver a uno de los dos.
– El menor ahora dispone de dos familias en lugar de una, y debe tomarse como un añadido y no como una pérdida. En este punto la comunicación juega un rol fundamental.
– Debido a que la custodia compartida exige la constante comunicación entre progenitores, el niño no se ve obligado a actuar de intermediario, un rol que afecta enormemente a los menores y que jamás deberían asumir.
– A la vez, garantiza a los padres la posibilidad de seguir ejerciendo sus derechos y obligaciones, participando en igualdad de condiciones en el crecimiento de sus hijos. También evita el sentimiento de pérdida que tiene uno de los progenitores cuando la custodia se atribuye exclusivamente a uno.
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